Obsolescencia Programada: una estafa con millones de víctimas y consecuencias ambientales catastróficas
Negocio y sustentabilidad deben ir de la mano. Cabe preguntarnos ¿estaría dispuesto a pagar más por un aparato con una larga vida útil y fácil de reparar?.
Hace 100 años un grupo de empresarios ideó un modelo de negocios que engrosaría sus bolsillos, depredaría los recursos naturales, llenaría los basurales y nos sumiría en un bucle de consumo constante. un siglo más tarde nos resulta normal que las cosas duren poco y aceptamos dócilmente que una computadora tenga una vida tan acotada.
Por Maico Martini, periodista ambiental.
Hoy en día es sumamente importante contar con dispositivos electrónicos para desenvolvernos en una sociedad cada vez más dependiente de lo virtual, sin estas herramientas usted no podría leer este artículo y yo no podría escribirlo. Con la pandemia del Covid-19 esta sumisión tecnológica se agudizó: los estudiantes no podían instruirse si no poseían una computadora, los trabajadores de un sinfín de profesiones y rubros se vieron obligados a trabajar desde sus casas mediante dispositivos electrónicos y la economía virtual creció exponencialmente.
Los más afortunados ya tenían las herramientas para enfrentar esa abrupta transformación, los menos adinerados debieron endeudarse para insertarse en la sociedad pandémica, mientras que los desamparados quedaron totalmente excluidos e invisibles. En 2020 la venta de dispositivos tecnológicos se incrementó un 231% en Argentina y el consumo mediante plataformas digitales aumentó un 124%, la tendencia se mantuvo en 2021, aunque con menores porcentajes de crecimiento. Gran parte de las más de 302 millones de computadoras vendidas en 2020 alrededor del mundo hoy están en vertederos y basurales a cielo abierto.
En mi caso personal, solo me alcanzó para comprar la computadora más básica y precaria del mercado para afrontar mis responsabilidades universitarias, tres años después la batería y el pad dejaron de funcionar. Buscando respuestas ante esta situación, descubrí que no soy el único que sufrió este problema y muchos internautas daban testimonio de que la batería de ese modelo de notebook falla a los tres o cuatro años de uso. Evidentemente no era una casualidad, sino una premeditación del fabricante: el producto fue diseñado para tener una corta vida útil.
Cuando intenté arreglarlo el servicio técnico me dio presupuestos que casi igualaban el valor de un aparato nuevo, ya que los repuestos son importados. Un vecino que se gana la vida arreglando estos dispositivos logró que vuelva a funcionar por un módico precio, siempre y cuando la utilice enchufada y con un mouse externo, además su desempeño se redujo considerablemente.
Me atrevo a apostar que usted -que está leyendo desde su dispositivo- ha sufrido una experiencia similar con algún aparato electrónico, ya sea un teléfono, una computadora o unos nítidos auriculares inalámbricos. Somos parte de los miles de millones de víctimas de la Obsolescencia Programada, una estafa con consecuencias ambientales catastróficas.
Para comprender esta situación debemos retroceder hasta principios del siglo XX. Por aquel entonces la filosofía de la industria era muy diferente a la actual y la idea reinante era crear productos con una larga vida útil, por ejemplo, en la década del 1920 un foco de luz promedio duraba 2.000 horas y algunos modelos iluminaban hasta 2.500 horas, lo cual era un hito en el desarrollo tecnológico si pensamos que 41 años antes solamente duraban 14 horas.
La vida útil de las bombillas iba en aumento hasta que la historia dio un giro en la dirección contraria. En diciembre del 1924 los ejecutivos de las principales empresas electrónicas del momento, como Philips, International General Electric, Tokio Electric, la alemana Osram y la británica Associated Electric, entre otras, mantuvieron una reunión en Ginebra –Suiza- con la excusa de estandarizar la fabricación mundial de bombillas de luz. Las empresas del sector estaban preocupadas por el aumento de la vida útil de los focos y como repercutiría en el consumo de la sociedad. Por ejemplo, en 1923 Osram vendió 63 millones de bombillas y al año siguiente solamente vendió 28 millones, menos de la mitad.
Ante esta preocupación, las compañías firmaron un pacto secreto para aumentar sus ventas, formando el Cartel de Phoebus (en honor a Febo, el dios griego de la luz). En el acuerdo, los miembros del clan resolvieron limitar la vida útil de las bombillas a 1.000 horas para acelerar el consumo. Entonces, los directivos de las empresas pusieron a trabajar a sus ingenieros para reducir a la mitad la vida útil de los focos y, para asegurarse de que todos cumplieran el pacto, las compañías debían enviarle lotes del producto a los otros miembros del grupo, que corroboraban que cumplan con lo acordado, aquellos que ponían en el mercado focos que durasen más de lo establecido eran sancionados por el Clan con cuantiosas multas.
Poco después, con la crisis económica que azotó a gran parte de occidente a finales de los años ’20, el concepto de Obsolescencia Programada dejó de ser un secreto y se propuso reducir la vida útil de los productos para reactivar la economía. El empresario Bernard London publicó un artículo recomendando acortar la vida útil de los productos, él prometía que mejoraría la economía, aumentaría el empleo e incrementaría la recaudación fiscal del gobierno.
Muchas empresas e industrias adhirieron a la propuesta de London y comenzaron a poner en el mercado productos de menor calidad. También comenzaron a lanzar nuevos modelos cada año para hacer que los anteriores luzcan desactualizados y acelerar el consumo, la General Motors fue una de las primeras firmas en instaurar esa práctica.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial el Clan Phoebus se disolvió; pero su legado ya estaba instalado. En la década del 1950 comenzaron a surgir los productos diseñados para utilizarse una sola vez y se asentó la cultura del descarte, empresas como Mc Donald’s popularizaron la vajilla descartable, otras como Coca Cola cambiaron los envases retornables por los desechables y, en general, aparecieron un montón de artilugios de un solo uso.
Un siglo más tarde nos resulta normal que las cosas duren poco y aceptamos dócilmente que una computadora tenga una vida tan acotada. Evidentemente, este modelo acarrea un montón de consecuencias para la naturaleza: por un lado, aumenta exponencialmente la extracción de recursos naturales y, por el otro, incrementa abismalmente la generación de basura; inclusive algunos autores sostienen que agudiza la desigualdad social. El economista francés Serge Latouche lo sintetiza de la siguiente manera: “quien crea que un crecimiento ilimitado es compatible con un planeta limitado, o está loco o es economista”.
Actualmente la regla es vender productos con una corta vida útil y las compañías que no emplean la Obsolescencia Programada son la excepción. Aunque este modelo de negocios es el común denominador en la fabricación, las empresas electrónicas son las más caracterizadas por ello.
Apple es una de las compañías que más descaradamente emplean la obsolescencia y es un buen ejemplo para comprender como opera en la actualidad. Esta empresa es, sin lugar a dudas, la firma que más polémicas ha generado por esta práctica, hace poco desembolsó cientos de millones de dólares en multas y acuerdos extrajudiciales por haber ralentizado intencionalmente el funcionamiento de los IPhones antiguos en 2017.
A principios de los 2000 fue protagonista de otro caso. Unos hermanos estadounidenses se percataron de que las baterías de sus IPods solo duraban 18 meses y, al contactar con soporte técnico, la empresa recomendaba comprar otro dispositivo en lugar de facilitar el recambio de la batería. En respuesta lanzaron una campaña viral para denunciar la situación, la denuncia llego a oídos de la abogada Elizabeth Pritzker, quien representó una demanda colectiva contra la empresa, en su investigación descubrió que la batería había sido diseñada para tener una corta vida útil. El caso se resolvió extrajudicialmente y Apple facilitó el recambio de baterías y extendió la garantía del producto. Sin embargo, sus prácticas de Obsolescencia Programada continúan inescrupulosamente.
Microsoft, su acérrimo competidor, también comercializa aparatos diseñados con una acotada vida útil y obstaculiza la reparación de sus productos. Eric Lundgren, un ingenioso activista experto en electrónica, fue demandado por la compañía por facilitarle a la gente restaurar el software de sus PC “rotas”. En 2012, Lundgren distribuyó 28.000 CD’S con un programa de restauración de computadoras con Windows 7 a solo USS 0.25, cuando la empresa se enteró lo demandó.
Según la denuncia, Eric no tenía legitimidad para hacer lo que hizo y, además, sostuvieron que estaba distribuyendo un software falso, a pesar de que él descargó el programa de la página oficial de Microsoft y lo grabo en los CD’S para facilitarle el proceso de restauración a personas que no tienen mucho conocimiento sobre informática. Aunque el juez reconoció que Eric no buscaba lucrar, sino ayudar a las personas a reparar sus computadoras, en 2018 el activista fue condenado a 15 meses de prisión por la justicia estadounidense. Ahora, ya en libertad, encabeza un centro de reciclaje de basura electrónica y asegura que en los vertederos tecnológicos hay una concentración de oro 80 veces mayor a la de una mina convencional.
En otros rubros, como la industria de la moda, la Obsolescencia Programada también está muy presente, la moda rápida comercializa atuendos de muy baja calidad que se vuelven anticuados con el lanzamiento de la próxima temporada. En 1949 la fibra sintética de nylon gano terreno sobre las fibras vegetales en la industria de la indumentaria, estas novedosas prendas eran de tan buena calidad que los fabricantes siguieron el ejemplo del Clan Phoebus y les pidieron a sus ingenieros que redujeran la calidad de la tela para que se rompan más rápido.
Evidentemente esta práctica genera un gran impacto ambiental y social. Entre el 2000 y el 2020 la extracción de cobre, elemento imprescindible en la electrónica, aumentó un 63% a nivel mundial y, en general, la explotación minera crece año tras año. Actualmente, ante el agotamiento de los recursos continentales, las mineras comienzan a realizar explotaciones submarinas (situación que ha suscitado polémica y preocupación) y, según estimaciones, en 2050 la demanda de minerales será cuatro veces mayor a la actual.
Mina a cielo abierto La Alumbrera. Catamarca, Argentina.
Asimismo, la basura electrónica aumenta exponencialmente. En 2022 la humanidad generó 62 millones de toneladas de residuos electrónicos, y la cifra aumenta en 2.6 millones de toneladas anuales, de toda esa basura solo el 22% recibió un tratamiento “correcto” y su reciclaje roza el 10%. Además, advierten que la basura electrónica crece a un ritmo cinco veces superior a su reciclaje.
Mucha de la basura electrónica termina en vertederos de países de África, Latinoamérica y del sudeste asiático en vías de desarrollo. Aunque exportar basura está prohibido por el Derecho Internacional, los desechos son exportados como “productos de segunda mano” –a pesar de que una pequeña parte de ellos funcionan-. En los basurales electrónicos, las personas más vulnerables incendian los aparatos para separar el plástico de los metales y venderlos por unas monedas, una práctica sumamente perjudicial para el ambiente y la salud.
A grandes rasgos, las materias primas son extraídas en países del ‘tercer mundo’, se convierten en productos y se consumen en las regiones ‘desarrolladas’ y, cuando termina su vida útil, acaban en países ‘subdesarrollados’. En un basural electrónico podemos hallar un sinfín de elementos, un teléfono puede poseer hasta 40 elementos tóxicos y, por ejemplo, una batería de un celular puede contaminar hasta 600.000 litros de agua.
Incineración de basura electrónica, Ghana.
Algo similar ocurre con la moda rápida, gran parte de la producción mundial se realiza en países pobres como Bangladesh contaminando los ríos y explotando a la población, incluso niños, sin reparos. Luego las prendas son el objeto de consumo de las masas desesperadas por poseer el “último grito de la moda” y, al cabo de unos meses, la ropa termina en la basura. El caso del basural textil del desierto de Atacama, donde hay prendas con etiquetas en un sinfín de idiomas, da cuenta de ello.
En la mayoría de países esta práctica no está reglamentada, Francia es la única nación que la prohíbe con penas de hasta 2 años de cárcel y multas de hasta 300.000 euros, otros países de la Unión Europea han impulsado leyes para garantizar el derecho a reparar los aparatos electrónicos, pero en el resto del mundo la obsolescencia se desarrolla impunemente y los usuarios quedan desamparados ante la avaricia de quienes la emplean.
En mi opinión, la Obsolescencia Programada es, lisa y llanamente, una estafa conspirativa con miles de millones de víctimas. Bajo ninguna circunstancia puede considerarse un modelo de negocios legítimo vender productos que podrían durar mucho tiempo, pero diseñados con una acotada vida útil para maximizar las ganancias de los fabricantes.
Negocio y sustentabilidad deben ir de la mano. Cabe preguntarnos ¿estaría dispuesto a pagar más por un aparato con una larga vida útil y fácil de reparar?, indudablemente a la larga ahorraríamos mucho dinero en reparaciones y reposición de los dispositivos caducos.