Tenían su boda lista pero el novio la dejó por teléfono: la drástica decisión de una joven para sanar su pena de amor
La publicista argentina Josefina Franci vivió una historia de amor casi de película en Londres. Después de dos años de relación, y con todos
No hace falta mucha imaginación: cualquiera podría visualizar a Julia Roberts –¿o a Meg Ryan?– en primer plano, recibiendo una noticia dolorosa teléfono en mano, con lágrimas que brotan cada vez más intensas a medida que pasan los segundos: su amor, el hombre con el que pensaba pasar el resto de su vida, la llama para decirle que ese futuro planeado no va a ser posible. Él está a 12 mil kilómetros y no, no quiere volver a verla. No, tampoco quiere casarse. No, no hay caso, hay que cancelar todo a pocos días de esa boda que iba a ser perfecta.
La siguiente secuencia –otra vez, casi de manual– mostraría a una modista que termina los últimos detalles de un vestido blanco, a alguien que decora un salón, a otra persona que bate una preparación que va a ser parte de la mesa dulce. Y otra vez la cámara muestra a la actriz en primer plano, que repasa mentalmente cómo fue que llegó hasta ahí, que piensa en todo eso que quiere decir y no puede. Da vueltas en su cuarto, corre un tul que iba a ser parte del tocado con el que tenía pensado llegar hasta el altar del brazo de su padre. Entonces algo la frena: se seca las lágrimas, agarra un cuaderno, revuelve su cartera para encontrar una birome y decide ponerse a escribir.
LA BODA
Después de dos años y medio de relación, de vivir juntos en las afueras de Londres y de ser protagonistas de un noviazgo que para todos parecía “ideal”, a él se le ocurrió que era momento de ir más allá. Entonces, como a la vieja usanza, le propuso casamiento.
“En realidad no hubo una sola propuesta. Hubo varias propuestas, que se fueron dando a lo largo de nuestra relación. En total él me propone casamiento ¡tres veces! La primera me había dicho y después lo pensó y me dijo que no llegábamos con la plata o algo así. Entonces fue ‘capaz que más adelante’”, recuerda Josefina.
Y agrega: “Siempre surgía de parte de él. Yo la verdad es que estaba bien así: hay personas que se mueren por casarse y yo si me casaba, buenísimo, y si no también. La segunda vez también decidió postergar y decir ‘mejor más adelante’. En ese momento queríamos algo nuevo en nuestras vidas, entonces pensamos que por ahí podíamos ir a vivir a otro país. Y él no, dijo: ‘casémonos’. Y a la semana tiró ‘Mejor no’. Ahí ya te das cuenta de que hay señales que en ese momento yo no estaba viendo. La tercera vez fue la final: hizo todo el show, con anillo y todo. Me llevó a un hotel en el medio de la campiña inglesa. Habíamos ido para un aniversario y me lo propuso ahí. Y ahí empezamos a organizar todo. Fue anillo, llamar a las familias, todo. Hasta tuve una mini despedida de soltera ahí porque me volví para Argentina para organizar todo el casamiento.
—¿La ceremonia iba a ser en Buenos Aires?
—Sí, acá. Nuestra idea era casarnos acá en febrero y después hacerlo también en el verano de allá para que pudieran estar todos los ingleses que no viajaran para acá.
—¿Cómo empiezan con los preparativos?
—Mi familia me ayudó un montón. Mi mamá y mi hermana se pusieron en modo wedding planners y en dos días tenían casi todo (risas). Nosotros íbamos decidiendo por internet: veíamos fotos, presupuestos, etcétera. Y teníamos todo más o menos seleccionado. Mi familia nos presentó un montón de opciones y nosotros ya habíamos decidido más o menos por dónde queríamos ir. Esto empezó en octubre. Yo me vengo para acá en diciembre para pasar las fiestas. Y él salía el 31 de diciembre para acá.
—¿Él ya había venido a Argentina?
—Sí, había venido una vez. Ya conocía a mi familia, a mis amigos. Estaba súper integrado. Así que llegué acá y juntos, con él a la distancia, terminamos de decidir todo.
—Entonces llega el famoso llamado por Facetime.
—Sí, un 31 de diciembre a la tarde, cuando se tenía que tomar el avión me llama. Yo pensé que iba a decirme: “Bueno, feliz año nuevo, mi amor, nos vemos en un par de horas”. Y no. Me llamó para decirme, literalmente: “Perdón, no puedo, no voy”.
—¿Qué te pasó a vos entonces?
—Ahí un poco se me apagó la tele. No me acuerdo muy bien cómo siguió. Sé que corté el teléfono, me largué a llorar desconsoladamente porque no entendía nada. Entonces lo vuelvo a llamar y fue un desastre. Yo estaba fuera de mi eje y él también. No paramos de llorar los dos. Lo único que yo podía decir era “¿qué pasó?”, “¿qué pasó?”, “¿qué pasó?”. Y él no paraba de llorar. Ahí yo llamo a los mejores amigos de él y les digo: “No entiendo qué pasó, que venga y que me explique”. Y él lo único que me decía era: “No sé, pero no; no sé pero no”. Los amigos de él tampoco entendían nada. No se lo esperaban tampoco. Uno de ellos agarró el auto, fue hasta nuestra casa y le dijo: “Te vas ya al aeropuerto”. Lo llevó al aeropuerto y se vino.
—¿Qué ocurrió cuando llegó a Buenos Aires?
—Estuvo una semana acá sin poder dar explicaciones. Habíamos alquilado un departamento para el tiempo que íbamos a estar en Argentina: desde que él llegaba hasta marzo, con el casamiento en el medio. Vino y, sin dar explicaciones, todo era: “Perdón, no puedo”. Yo tampoco quería preguntar mucho porque pensaba: “Si pregunto, capaz que lo pierdo para siempre”. Entonces decía: “Que esto quede como una anécdota y nada más. Esto va a ser una anécdota, es normal que alguien tenga miedo a la hora de casarse”. Yo también tenía miedos, pero no ese tipo de miedo.
—¿Qué hizo él esa semana? ¿Dio razones para su decisión?
—Nada, nada de nada. Hacíamos como que no pasaba nada pero había una tensión en el medio… Él tenía ataques de pánico y yo hacía como que estaba todo bien y después me iba a lo de mis papás a llorar y a tener yo ataques de pánico. Después yo volvía y hacía como que estaba todo bien. Todo era muy muy incómodo. No sabía cómo hacer para que se sintiera mejor. Porque yo lo seguía priorizando y decía: “Pobre chico, tiene culpa y la está pasando mal, ¿cómo hago para que se calme un poco y deje de llorar?”.
—¿No estabas enojada? ¿No lo odiabas?
—No, no lo odiaba. Yo decía: “Dejá de llorar, te abrazo”. No entendía qué tenía que hacer para que dejara de estar mal. Y cuando se fue él decía que no sabía qué quería hacer de su vida, casarnos ya claramente no, pero me dijo que no quería cortar. Y yo no entendía. Me quedé como secuestrada en Argentina básicamente: no querés cortar y me dejás sola con un casamiento que tengo que cancelar y avisarle a todo el mundo esto, ¿y vos te vas? Entonces se fue.
—¿Y qué pasó después?
—Nosotros nos íbamos a casar el 18 de febrero. El 18 de enero él me llama por teléfono y recién ahí yo empezaba a animarme a decirle todo lo que sentía. Porque hasta ahí venía haciéndome la lady, muy zen todo, me repetía a mí misma: “No lo voy a mandar a la mierda”. Veía todo como una crisis. Ese día, el 18 de enero, cuando yo iba a decirle todo apareció y me cortó, me dijo que no quería estar más conmigo. Otra vez por Facetime. Y ahí me caí. Yo hasta ese momento venía con una incertidumbre que no era tan tóxica. Era incertidumbre con un poco de esperanzas. Corté esa llamada y me fui a pique.
EL LIBRO
“Nuestro casamiento iba a ser mágico (...). La ceremonia iba a ser en un club de remo, elegido especialmente porque venís de un pueblo conocido por ese deporte , y porque el día que nos dimos nuestro primer beso fuimos a dar un paseo en bote. Sabía que vos querías que nuestro casamiento fuese diferente, por eso la temática iba a ser ‘cowboy’. Planeaba que fuera una sorpresa pero mi plan era usar botas de vaquera debajo de mi vestido (...). También iba a estar todo decorado con elementos relacionados al cine y la música iba a ser casi toda en inglés para que pudieras sentirte cómodo. Sí, estaba dispuesta a sacrificar el trencito, la cumbia y los covers argentinos de Adele por vos”, apunta Josefina en un pasaje de su libro. Es que, según cuenta, cuando se terminó abruptamente aquel vínculo, empezó a escribir. Lo hacía en su teléfono, en el formato que podía. Todos mensajes dirigidos a su Querido Ex Futuro Marido –la fórmula que más adelante sería el título de su publicación– que entonces no se animó a enviarle.
“Yo iba escribiendo en todo momento, cada cosa que sentía. Tuve una época en la que me agarró insomnio, entonces, como no podía dormir, me quedaba haciendo catarsis y escribiendo. El minuto a minuto de todo el proceso está ahí, es eso. Sin filtro: literal, hice ‘copy’ y ‘paste’. Lo único que se hizo, desde un punto de vista de la edición, fue poner o sacar comas. Yo lo escribí todo en inglés y después hice la traducción”, afirma la publicista, que decidió ir a atravesar el duelo a la casa de una amiga en Madrid, España.
—¿Por qué calificás a esa etapa en Madrid como “oscura”?
—Es que empecé a vivir el duelo, el cuerpo empezó a hablar: empecé a tener muchos problemas de salud, a la vez empecé a salir mucho también. Pero ya era demasiado, algo que no está mal pero siempre depende del objetivo de las salidas: yo salía para apagar la cabeza y para hacer que estaba todo bien cuando en realidad no estaba todo bien. Lloraba mucho, pero a escondidas. No podía contarle a nadie que estaba mal. Por eso también fue tan revelador el libro porque, cuando lo publiqué, ni siquiera mis amigos más cercanos o mi familia sabían o se imaginaban que había pasado por todo eso. Ellos me decían: “Sabíamos que estabas mal, pero nunca nos hubiésemos imaginado que pasaste por tanto”. De alguna manera con el libro salí del clóset (risas).
—Una vez que el libro está en la calle, te lee gente que no conocés. ¿Cómo te llevaste con eso de ventilar, por así decir, algo tan personal?
—Es que es ventilar, estoy ventilando todo (risas). Trato de no pensarlo. Para que no me intimide tuve que banalizarlo un poco. Hay muchas cosas muy íntimas. Y eso puede intimidar. Pero después de todo siento que sirvió para algo. Más allá de que me sirvió a mí, la cantidad de gente que me escribe de todos lados es impresionante. Muchos, y de diferentes edades, se identifican: me contacta todo tipo de gente que pasó por lo mismo o que tuvo los mismos sentimientos, más allá de que sus historias hayan sido distintas. Y ahí pienso que esto está bueno, porque me escriben personas que la están pasando re mal pero el libro las acompaña.
—¿Volviste a tener contacto con tu ex?
—No. Al principio sí tuve contacto. Pero era por un tema de logística: porque allá estaban mis cosas, la plata que me debía, etcétera. Al principio, el primer mes, después de que se fue, le mandaba mensajes. Después me cortó y fue solamente para que me devolviera las cosas pero nunca más le volví a escribir ni puteándolo ni rogándole amor, nada. Y lo bloqueé en todas las redes. La última vez que hablé, en realidad, fue cuando le mandé un mail pidiéndole de alguna manera su bendición para publicar el libro, para tener el consentimiento.
—¿Y qué te dijo?
—Que estaba todo ok, que tenía su bendición. Le mandé a él y a su mamá. Me dijeron que esperaban que el libro fuera un éxito, que por favor cuidara su imagen y que no pusiera su nombre ni nada por el estilo.
—¿Tenés esperanzas de que él lea el material en algún momento?
—Me encantaría. El libro está hecho para él. Pero sé que no lo va a hacer nunca. Se necesita de mucha valentía para poder leer algo así. Y él es un cobarde, es uno de sus defectos, así que no creo que lo haga. Mi sueño es publicarlo en inglés porque yo escribí todo para él en inglés, y que cuando suceda, porque creo que va a suceder, mandar por correo o ir yo misma, tocar el timbre de mi ex casa y decir: “Tomá, acá tenés”. Pero sé que jamás se animaría. Y un poco lo entiendo también: yo no sé si me animaría a leer todo lo que, sin darme cuenta, le hice a una persona. Porque lo pensé y lo pienso: no me hizo todo él a mí. Lo puse en mi Instagram hace poco: víctima y victimaria. Hoy pienso que la mayoría de las cosas que fui viviendo me las hice yo a mí misma. Pero, si no hubiese tenido este no casamiento con la manera en la que se manejó él, capaz que podía evitar algunas cosas. Parte de la culpa es mía, parte de él. O tal vez ni importa si hay un culpable y pasaron las cosas que tuvieron que pasar.
—¿Pensaste en cómo hacer para volver a confiar en otra persona, para volver a tener un amor?
—Sí, claro. Tuve otra pareja en este tiempo, pero no duró mucho. De todas maneras me sirvió para darme cuenta de que podía volver a enamorarme. Y ese miedo, que es como caerte de la bici y decir: “No me subo más”, fue un “sí, puedo”. Pero sí, me quedaron cosas de miedo, de tratar de cubrirme un poco. Todavía me pasa, a mí me encanta el amor y todo, pero exponerme mucho y sentirme vulnerable con otra persona, en el sentido amoroso, todavía es algo que me da miedo y es algo que tengo que trabajar.
—¿Pero estás dispuesta a intentarlo? ¿Vas a casamientos?
—Soy la primera en ir a un casamiento y estar bailando sin parar (risas). Yo celebro el amor. Lo que yo viví no tiene nada que ver con lo que el resto del mundo pueda llegar a vivir. No es una mala palabra para mí el amor. Sí creo que no me volvería a casar, y lo digo así porque en mi cabeza es como que ya me casé. Sorry, pero ya lo pagué (risas), lo sufrí, todo.
Como cualquiera que escuche su historia podría imaginar esas y otras escenas como si fueran parte de un culebrón, la publicista argentina Josefina Franci lo aclara desde el principio: “Cualquier similitud con la ficción es una triste y muy irónica coincidencia”.
Es que a ella, ilusionada con dar el sí, le pasó todo eso que parece de película pero ocurrió en la vida real: después de casi tres años de relación con su novio británico y con todos los preparativos en marcha para un casamiento que parecía soñado, él se arrepintió, la contactó por Facetime el 31 de diciembre de 2016 y le dijo que no quería seguir adelante.
A partir de entonces, los sueños de la joven, que hasta entonces se ganaba la vida como redactora publicitaria en el Reino Unido, se esfumaron para siempre. Llegó a tocar fondo. Aturdida, sin entender lo que pasaba, decidió plasmar durante meses todo en mensajes, mails y chats dirigidos a ese hombre que acababa de romperle el corazón. Puso en palabras –escritas– todo eso que no se animaba a decirle y lo guardó, como quien atesora un secreto.
EL AMOR
El romance entre Josefina y su Querido Ex Futuro Marido (prefiere llamarlo de esa manera porque acordó con él preservar su identidad) comenzó cuando ella decidió irse a probar suerte a Londres. “Al mes conseguí trabajo en una agencia de publicidad y me quedé. Salió bastante bien. Yo soy redactora creativa entonces hice lo mismo allá. Empecé a trabajar y ahí en la agencia conocí a un inglés que terminó siendo mi querido ex futuro marido. La lección: ¡no hay que involucrarse con gente del trabajo! (risas). Primero me hice íntima amiga, fue desde el día uno. Después nos pusimos de novios”, recuerda la joven en diálogo con Infobae.
—¿Él hacía lo mismo que vos allá?
—Es director de cine. Pero trabajaba en la parte de producción de la agencia. Yo tenía 23 y él 26. Trabajamos en dupla, entonces estábamos todo el día juntos. Eso que nos pasaba se hizo cada vez más intenso. En total estuvimos dos años y medio, más o menos. Pero entre que trabajábamos juntos y después nos fuimos a vivir juntos al toque, fue mucho.
—¿Qué te enganchó de él?
—En realidad no tuve mucho tiempo de pensar, todo se dio de manera muy natural. Todo fluía, no sé si tuve el momento de pensar “realmente esto es lo que quiero”. No pensé tanto.
—¿Habías tenido otros noviazgos en Argentina?
—Este fue mi primer novio así, oficial. Todos los anteriores no eran tan oficiales o era todo muy naïf porque era más chica. Acá había una familia de por medio, éramos una familia. Todo fluyó naturalmente y se dio así. Nunca frené para pensar, porque tampoco sentía esa necesidad. Estaba bien ahí donde me iba ubicando.
—¿Cómo surge la idea de mudarse juntos, mientras que también trabajaban en el mismo lugar?
—También de manera muy natural. Nunca hubo un problema de convivencia, nada. La verdad es que parecíamos ser una pareja bastante feliz (risas). Teníamos, además, muchos programas con amigos porque en la agencia éramos un grupo de amigos de la misma edad. Entonces salíamos todos juntos.
—Se habla en algunos lugares de cierta frialdad o distancia de los europeos en general cuando se los compara con las personas de países como la Argentina. ¿Vos experimentaste algo en este sentido?
—Él era cero frío. En mi experiencia, con toda la gente con la que me involucré en Inglaterra –con muchos sigo en contacto– no tuve eso. Para nada fríos, al contrario, súper amables. Sí hay diferencias culturales, como pasa con cualquiera. A mí me pasa que mi personalidad es más frontal, más directa, y los ingleses te tiran el famoso “it’s not too bad” (“no es tan malo”) pero después te tiran un palito (risas). Nosotros somos un poco más literales y ellos la tratan de disfrazar para no quedar mal pero a la vez para decirte lo que piensan.
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